Comentan que, cuando el pintor se topa de bruces con la belleza, en un instante su pupila se dilata hasta inundar el iris. Esa misma sensación la puede experimentar cualquier persona, créame, al contemplar por primera vez la belleza de un castillo aferrado al mar.
La historia nos ha contado, con orgullo, que el imponente castillo que gobierna la ciudad, en su juventud, se mostraba al mundo erguido, firme, impertérrito frente a los temporales de la naturaleza y del hombre que lo acechaban sin piedad. Entre sus brazos se cobijaron Nobles, Caballeros e incluso un Papa, su más fiel compañero, su hijo predilecto: Don Pedro de Luna.
Hoy ya, cansado de ser joven, le espera tumbado en su fina arena, elegante, sereno, renovado. Si Usted cierra los ojos, notará cómo el mar lo acaricia, cómo el viento lo abanica, cómo la brisa lo refresca.
Ahora este viejo Guerrero, como buen anciano, desea contarle al mundo sus batallas, sus amores, sus pasiones. Y lo hace a cada paso, mientras Usted cree perderse entre sus estrechas callejuelas o mientras admira desde lo más alto de sus muros la inmensidad y belleza de su costa. Desde allí, como si fuesen trofeos, le mostrará la inexplorada Sierra de Irta, sus bellísimas playas, sus casas, sus gentes. Aún con el paso inexcusable de los años, conserva intacta su condición de afamado anfitrión y si, como ocurre muy a menudo, le convence para que vuelva a visitarle, no lo dude ni un instante. AQUÍ LE ESPERA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario