viernes, 17 de diciembre de 2010
El Maestrazgo
El Maestrazgo es una tierra abrupta, seca y árida, que en su mayor parte ha sido modelada a golpe de hacha y azada por quienes durante siglos la habitaron; gentes que han vivido siempre de cultivar la tierra y cuidar el ganado, que han marcado este territorio modificando las vertientes de las montañas en terrazas y bancales para poder aprovechar al máximo la tierra, transformando así su paisaje y convirtiéndolo en el distintivo de la comarca. Pero fundamentalmente fueron generaciones de masoveros quienes dieron forma y sentido al paisaje que ahora se puede ver: una alternancia entre bosques y tierras de cultivo que dibuja una quimera, una frágil armonía entre lo humanizado y naturaleza que ha llegado hasta nuestros días. Territorio cuyo hábitat diseminado de pequeños pueblos se complementan con aldeas, masías, molinos, ermitorios… Su belleza reclama un esfuerzo social para preservar esta relación, que debería ser sostenible incluso sin masoveros.
En el mundo actual, inmerso en la vorágine del consumismo, de lo económico y lo virtual, se margina sin escrúpulos la realidad del medio rural, dificultando todo intento de fomentar el desarrollo "endógeno y sostenido" de estos pequeños municipios de montaña, deprimidos y desfavorecidos, pero sobre todo, olvidados, tremendamente olvidados. Cualquier modelo económico viable en esta zona debe pasar por el fomento de un escrupuloso respeto a la riqueza de nuestro entorno, tanto natural como cultural. El paisaje y el medio natural también forman parte de la riqueza cultural de los pueblos. Porque, eso sí, sin respeto al entorno no hay futuro posible. A partir de esta premisa se hace necesario apoyar todo tipo de iniciativas que dinamicen el incipiente turismo rural, aunque sabemos que no es tarea fácil. En esta línea se deben enmarcar actuaciones encaminadas a promover la restauración y rehabilitación de masías, potenciando redes de alojamiento dotadas de las comodidades básicas que requiere el mundo moderno. Todas estas actuaciones y otras que pudieran darse, como la recuperación ambiental de montes que han perdido su identidad, mediante la reforestación con especies autóctonas; la recuperación de sendas para realizar rutas peatonales, en bicicleta o a caballo; la mejora de miradores o la construcción de otros nuevos, etc., necesitan, como es lógico, de fuentes de financiación, que en primera instancia pudieran darse aprovechando los fondos procedentes de la UE, así como las ayudas contempladas en distintos programas e inversiones financiadas a través de las diferentes instituciones autonómicas y provinciales. También la cobertura económica y apoyo propagandístico que puedan aportar los programas de ayuda del "Parque Cultural del Maestrazgo", del Centro para el Desarrollo del Maestrazgo-Teruel y el área integrada de la Mancomunidad Turística del Maestrazgo, si es que pervive, etc.
En este sentido se deberían propiciar la creación de figuras jurídicas que protejan el entorno natural y paisajístico. Me alegra, por tanto, la iniciativa de los ayuntamientos de Pitarque y Villarluengo que han rectificado sus posiciones iniciales de rechazo a todo proteccionismo e intervencionismo administrativo y se han dado cuenta de la importancia que supone invertir en la protección y dinamización del territorio. La próxima declaración como Monumentos naturales, tanto del nacimiento del río Pitarque, zona de alto valor ecológico, como de los Órganos de Montoro, de gran valor paisajístico, que se añaden a otros Monumentos ya declarados en la comarca como es el Puente de Fonseca y las Grutas de Cristal de Molinos, vienen a completar la conservación de todo este patrimonio natural y que a su vez sirve también como motor de desarrollo para el territorio. Con ello, estamos seguros, se conseguirá no sólo proteger estos lugares emblemáticos, sino también fomentar el turismo, facilitando que la gente se acerque a conocer los espacios más hermosos de esta comarca, lo que permitirá dinamizar la economía local, como complemento de la ganadería, agricultura e industria agroalimentaria de la zona. Aunque estoy convencido de que lo ideal para el futuro de la Comarca sería la declaración de la misma como “Parque Natural del Maestrazgo”.
Mientras tanto, vemos como se van repoblando de bosque los antiguos bancales, como se pierden las fuentes, se caen muros y tejados. Como los zorros vuelven a adueñarse de las noches, y las rapaces engalanan el cielo. Y ojala no pase demasiado tiempo en que contemplemos el retorno de los lobos a unas tierras que fueron tan suyas como nuestras, por más que de su presencia sólo quedan trazas en la toponimia, en las leyendas y poco más. En definitiva estamos siendo testigos del fin de un ciclo, de una forma de vida que se ha prolongado a lo largo de los siglos y que ha hecho suyo y modelado el territorio. Como todo en la naturaleza, unas formas sustituyen a otras. Si antaño unos condicionamientos impusieron un modo de vida, en la actualidad otros nuevos están emergiendo y condicionando unas formas de vida, en general, incompatibles con aquellos modelos que han quedado como meramente testimoniales. Somos conscientes de que un modo de vida, que en lo fundamental tuvo su origen en la Edad Media, ha terminado y siendo objetivos y prácticos deberíamos de confirmar que hoy no tienen viabilidad ni razón de ser; aún así, vivir en el Maestrazgo es entrar ha formar parte de su naturaleza, una naturaleza agreste que se rebela contra todo cambio y deformación y que quiere retornar a sus orígenes.
Con la idea de acercar las decisiones administrativas a los ciudadanos y canalizar sus iniciativas al objeto de conseguir una mejor calidad de vida, la comarcalización, no ha supuesto todo lo que de ella se esperaba en cuanto a la mejora significativa de los pueblos de la Comarca y sus habitantes, si exceptuamos a su capital administrativa, Cantavieja, que ha salido beneficiada reproduciendo en cierta manera parte de los vicios de la centralización que se trataba de evitar. En la actualidad, salvo quizás tres o cuatro pueblos, el resto está abocado a una muerte lenta por despoblación. El proceso evolutivo que ha sufrido la población del Maestrazgo, condicionado por factores económicos, territoriales y climáticos, ha supuesto la pérdida de más de un 80% a lo largo del siglo XX, pasando a tener una tasa de población por kilometro cuadrado casi desértica, siendo la más baja de Aragón. La mayoría de estos pueblecitos se han convertido en una suerte de residencias geriátricas de verano combinadas con guarderías infantiles. En este sentido, los meses veraniegos ven triplicar su población y el bullicio festivo que se da por estas fechas, junto a la rehabilitación de viviendas e incluso la construcción de nueva planta, nos hace caer en el espejismo de su recuperación.
Sin embargo, como comentaba en otro artículo, en invierno en el Maestrazgo se respira soledad. Sus pequeños pueblos caen en una somnolencia que ralentiza su pulso vital, es el “sueño invernal”, que al igual que en la naturaleza pretenden con este el letargo ahorrar energías y defenderse de las inclemencias y peligros que les acechan. Los caseríos, ya de por si escasos de habitantes, con la llegada de los fríos pierden parte de su población mayor; los jubilados que tienen la suerte de poseer familia en grandes poblaciones emigran a ellas para pasar el invierno en zonas más templadas o en casas mejor acondicionadas, pero especialmente tratando de asegurarse la cercanía de servicios sanitarios, pues el miedo a quedarse aislados y enfermos a determinadas edades les puede. Hay pueblos, hoy barrios, en los que escasamente llegan a la decena de habientes en invierno. Aunque en la actualidad hemos de reconocer que los habitantes de estas poblaciones tienen las viviendas mucho mejor acondicionadas que antaño, la mayoría, aparte de buenos rimeros de leña, disponen de modernos sistemas de calefacción y en cuanto a la atención sanitaria, en muchos aspectos están mejor servidos incluso que en los masificados ambulatorios y hospitales de las grandes ciudades. También muchos de estos pueblos disponen de todos los servicios básicos e incluso de hogares para jubilados bien acondicionados en los que pasar acogedoramente y en compañía las largas tardes invernales. El crudo invierno de estas sierras suele provocar grandes nevascos y fuertes heladas que imposibilitan el transito y el acceso a las grandes redes viarias de comunicación, pues a pesar de la mejoría que lentamente, año a año, se va percibiendo, las infraestructuras todavía hoy son muy deficientes. Aunque a decir de los más viejos del lugar, los fríos y las nevadas actuales son un pálido reflejo de lo que pasaba antaño. La escasa juventud que todavía queda en ellos trata de sobrellevar esta esteparia época de la mejor manera. Algo hay que hacer para romper la rutina de estos días anodinos y lo hacen acogiéndose a todas las fiestas y tradiciones locales que se dan por estas fechas, tratando de convertirlas en animadas reuniones y bailes que atraigan a jóvenes de pueblos vecinos. Así pasa con la Navidad y Año Nuevo, o con San Antón en enero, que es una festividad de lo más popular en la comarca, pues se hacen hogueras en casi todos sus pueblos. En San Blas y Santa Águeda en febrero. Finalmente con el Carnaval que están recuperando muchos pueblos, fiesta muy popular en la que los mozos y las mozas se disfrazaban con ropajes viejos y equívocos y con el hollín de las chimeneas se mascaraban las caras.
Es duro vivir el invierno del Maestrazgo. A sus escasos habitantes hay que reconocerles el valor y el coraje de mantener a relentí el pulso vital de sus pueblos para no dejarlos morir de soledad e inanición. No obstante muchos de ellos se ven amenazados de un profundo letargo que les depara un sombrío futuro ligado al de sus habitantes: la extinción. Muchos de ellos se encuentran ya en el umbral previo al abandono y si no se remedia a tiempo pronto pasarán a engrosar la lista que les lleve a formar parte del reciente catálogo de pueblos deshabitados de Aragón. Algún día nuestros políticos tendrán que dar cuenta de por qué toleraron o favorecieron la construcción de miles de urbanizaciones anodinas y sin personalidad que sólo fomentan el individualismo y el despilfarro, destruyendo hermosos parajes campestres a un costo gravoso e insostenible y por contra dejaron que se despoblaran los pueblos milenarios que salpican nuestra variada geografía, hábitat social donde los haya, cuna de lo popular y más autentico de este país. Pero lo más triste es la sensación de haber renunciado a nuestras raíces y sus valores ligados al amor a la tierra y la naturaleza que encerraba el medio rural a cambio del espejismo consumista. Y lo más indignante es la percepción de impotencia e impunidad ante tanta desvergüenza y latrocinio sin rebelarnos y limpiar toda esa mugre político-social que nos envuelve. Si aún nos queda en nuestra conciencia algún resquicio para el remordimiento, no podremos de dejar de interrogarnos aunque sea de manera vergonzante y en silencio ¿Qué hemos hecho con nuestros pueblos, con nuestra tierra?
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